Detrás de Hanna (2011) está Joe Wright, el director inglés de la sugestiva e inteligente Atonement (2007) y la ramplona The Solist (2009), que ahora, en clave de thriller, intenta realizar un viaje de carretera mirando el mapa con sus gafas para la miopía, cuando lo que necesita es un GPS. La película narra la historia de una asesina de catorce años entrenada por su padre en los fríos y montañosos paisajes de Europa oriental con el fin de darle de baja a la que se despachó a su madre. Poco a poco se revelan un par de secretos, de esos que valen la pena, de los que tienen que ver con agencias de inteligencia norteamericanas, tecnobiología y relaciones filiales, lo cual, manejado con un poco más de madurez intelectual, hubiese sido una oportunidad para explotar las transformaciones de las relaciones humanas en un mundo híbrido, sometido a los caprichos del homínido que conoce las claves de la evolución. Pero no. El inglés encargado cree que puede pasar de largo, sin mirar para atrás, convencido de que unas cuantas imágenes sacadas de google pueden satisfacer los interrogantes del espectador que simplemente quiere mirar una película de acción. Y aunque en eso lo hace muy bien, pues se aleja de la tendencia actual por fragmentar las escenas, al apelar al juego coreográfico de peleas y persecuciones en largos planos secuencias que dotan de un refinado realismo los hechos, el trasfondo dramático que subyace en esta apuesta formal se escurre en vaguedades, motivaciones ridículas, inexplicables giros argumentales. En ese mismo sentido, resulta anticuada la concepción visual en algunos pasajes; el poco imaginativo montaje de la escena en que Hanna tiene que vérselas con la algarabía simultánea y ruidosa de aparatos eléctricos que nunca había visto, o la desmañada presentación del cortejo entre la niña y el joven español, evidencian no solo la confusión o incomodidad del director con el género que estaba trabajando sino también las enormes posibilidades sociológicas perdidas. Esto no significa que una película de acción tenga que dar más de lo que promete, pues esta, como una versión de los bajos fondos de The Bourne Identity (2002), entrega cada centímetro cúbico de adrenalina ofrecida, sino que debe tener al menos un poco de consideración por aquellos espectadores que esperan un poco más de regocijo o desparpajo especulativo, mayores muestras de inteligencia o exquisito sentido de lo lúdico, cualidades que en varias ocasiones se intuyeron en el metraje. Al menos en la puesta en escena, poblada de referencias metafóricas asociadas a la mitología de los Hermanos Grimm, se percibe un singular atrevimiento de corte moral; no es usual que una niña de catorce años realice actividades de exterminio humano con tan sobria dedicación y con tan eficaces resultados, eso, al menos por el momento, es un destello, luz imponderable, en la industria del entretenimiento cinematográfico.
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