Velódromo. "¿Es mucho pedir no pedir nada?"
Publicado por
jack casablanca
On
5/16/2011 07:08:00 p. m.
Velódromo (2010) es, como lo afirma su director Alberto Fuguet, una película de garaje. Y no es lo único que me produce una extraña fascinación (a mí, que siempre he querido hacer una de esas), también lo hace su valentía serena, pues al colgarla de la red, en un gesto de racionalidad poética acorde con la levedad psíquica de su personaje principal, contradice todas las posturas de los profesionales de la industria que apelan al riesgo económico, las dificultades de la distribución, y la confusa viabilidad comercial que entraña cualquier arriesgada apuesta cinematográfica. Como la música, la fotografía, el diseño y la literatura, que se han transformado con las nuevas estrategias ciberespaciales (hermosa palabra que debería acompañar cualquier sustantivo que indique algo que pese más que un hombre sentado en una silla), el cine también ha logrado un efecto de trucaje, de sabotaje a toda regla corporativa o institucional (¡Puedo hacerlo sin Anagrama! ¡Miramax ya no me quita el sueño!), que aun no alcanzamos a visualizar del todo. Hace cuatro días se presentó en el Festival de Cannes (¿Cuánto más durará?), la última película de Kim Ki Duk, Arirang, un efluvio solipsista en el que el director, con una Canon 5D Mark II en la mano, es todo lo que normalmente son los tipos que aparecen en los créditos: guionista, actor, productor, editor. Es necesario ser alguien como él para que desde Cannes te inviten a que muestres el video donde apareces hablando solo; pero pronto algo como Cannes será poco menos que un prostíbulo de sospechosa categoría (¿aun no lo es?). El asunto es que Fuguet, después de Se arrienda (2005), se arriesga a continuar haciendo películas, aprendiendo de los errores, como pocos lo hacen, y vertiendo todo el caudal nocturno y lírico del que es capaz (dan ganas de recorrer Santiago en bicicleta como Ariel Roth, su protagonista). Velódromo es una película que, como en su ocasión lo fue 25 watts (2001), logra prefigurar un ánimo espiritual propio de la generación de clase media que ahora pasa de los treinta años: Los que lloraron con José Miel, los que experimentaron la adolescencia en los noventas, los que vieron nacer Internet y los celulares. Nuestro descreimiento no se compara con la prosaica apatía juvenil actual ni alcanza las cuotas de ingenuo romanticismo de los mayores; por eso nos mantenemos en un stand by ilimitado, continuo, sin querer casarnos pero detestando la casa de nuestros padres, haciendo una mímica diabólica en los bares cutre cada que suena la canción clave de nuestra banda sonora, sonriendo ante la botella llena de tequila con los mejores amigos y la pantalla de you tube.
Ariel está a punto de cumplir los treinta y cinco años, y es un diseñador freelance que no aguanta a los veinteañeros que ya le han dado la vuelta al mundo y escriben en Alfaguara y filman las mejores películas de todos los tiempos, mientras él se la pasa descargando películas de Internet y recorriendo Santiago en bicicleta. Su épica se reduce a las maratones cinematográficas, su metafísica se circunscribe a decirles la indecorosa verdad a las mujeres que terminan durmiendo con él. “¿Es mucho pedir no pedir nada?”.
Fuguet, como en sus libros, puede ser insoportable, pero no se puede negar que cuando lo hace bien (Cortos; Rebobinar, por favor) es sosegadoramente divertido. Aparte de algunas escenas torpes y tediosas (en las que Ariel habla con su novia, por ejemplo), de cierto personaje truncado (el primo), o del acento chileno casi indescifrable (el chileno es una mezcla entre el dialecto ríoplatense, el limeño y alguna lengua aborigen andina) el director logra desarrollar un estilo visual y narrativo que abarca todo su imaginería pop con mesurado coraje. La voz en off parece que en ocasiones repite algo que ya se leyó en alguno de sus libros, pero al igual que las cortinillas azules, esta logra darle un toque indie que nos hace sentir como en casa. El final, tras una muy bien lograda conversación con la esposa de Danko, su plácido amigo profesor de artes marciales, da luces sobre lo que tipos como Ariel, como mis amigos, como yo, hemos estado esperando no de la vida, sino de nosotros mismos: hacernos merecedores cada día, por mérito propio, de una buena canción que se encargue de lo que somos.
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