Una mujer de sonrisa placentera deja sus senos desnudos al aire, mientras un hombre de apariencia gitana la toma por la cintura buscando el arte de la ironía; en otro cuadro, un desdichado mira por las rejas, buscando un objeto perdido: la pasión que le ha echado a rodar por los peldaños implorantes de la muerte.
Una oreja sangrante tirada en la mitad de la nada transforma la resistencia en un cuerpo con destellos azules, que llora en la noche, que se viste de terciopelo y que tiene los ojos velados como una fina lluvia oscura.
En una cama una viuda antoja a dos caballeros. Y en una calle parisina, sacada de la imaginación del gran Cortazar dos bellos seres de cabellos tornasolados le regalan a los ausentes una fotografía seductora, mortífera, perfecta y casi delirante como el fantasma de una aventura.
La primera de estas tres imágenes es de Luis Buñuel en Ese oscuro objeto de deseo (1977); la segunda de de David Lynch en Terciopelo azul (1986); la tercera de Ernst Lubitsch en La viuda alegre (1934) y la cuarta de Michelangelo Atonioni en Blow-up (1966).
Intercambiables por gusto, seducción, placer y capricho, comparten una fijación indispensable para su creación por el cuerpo, los cabellos y las miradas seductoras como armas letales de los cuerpos femeninos. Son cine de hombres que terminan en mujeres, son fusión de sexo, picardía, amor y una sorprendente inclinación por lo no aceptable, lo sórdido, lo inmoral y lo no comprensible dentro de los límites de la realidad censurada.
Son películas de mujeres locas, astutas, tontas, víctimas, victimarias, enamoradas, enloquecidas, perturbadas, paranoicas, esquizofrénicas, soñadoras, desviadas. Son muestra de la debilidad, del placer, de las complicaciones neuróticas, de virtuosismo, del ¿qué haría sin ti?
Son cine de mujeres imperfectas, de revolucionarias que asumen la brutalidad, el amor, el dolor y la desfachatez del mundo. Son cine de mujeres reales.
En una industria de senos perfectos, pieles bronceadas y ojos que destellan rayos humillantes para la perfección, frente a un cine amenazado por la belleza, la uniformidad, la precaución y el anonimato de la perfección, vale la pena reclamar la presencia de otras locas, de personajes más astutos, de mujeres que sean la brisa huracanada de las tierras del cine.
Tanto exceso de belleza, tanta sumisión, tan poca la rebeldía, tanta cordura, tanto éxito, están agotando un cine que si bien no prometía nada si expresaba un sentimiento tan sutil y universal como el deseo adolescente por unas curvas imperfectas que siempre vivirán.
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Con la foto me quedé bobo, esa chica en el suelo :/