Palabras tan confusas como la misma guerra.
Sin nombre es un film del escritor y director Cary Fukunaga que cuenta la historia de Sayra y de Casper. Ella es una hondureña que decide partir hacia los Estados Unidos y él es un integrante de la Mara Salvatrucha del sur de Méjico que rompe los lazos con su banda, luego de asesinar al líder de la pandilla.
Mentira número tres: “Todos los niños y niñas tienen derecho a un nombre y a una nacionalidad”. Por lo menos, eso dicen los Derechos Internacionales de la Infancia. En Latinoamérica, donde toda verdad parece transmutarse en mentira, territorio de ironías, este derecho adquiere la categoría máxima de falsedad. Tanto niños, como adultos, viejos y ancianos, son materia que camina sin reconocimiento, sin admiración, sin más consuelo que el de una bala que danza entre las calles.
En Sin nombre esta realidad se evidencia en pantalla grande, una vez más podrán pensar algunos.
Este film, que se encuentra en las carteleras de cine colombianas (esperemos que pase la prueba y dure más de dos semanas) cuenta la historia de Casper (se llama Willy, es un secreto entre usted y yo), de un joven perteneciente a una de las pandillas de la Mara Salvatrucha del sur mejicano. Casper se encuentra con Sayra, quien tiene nombre, tendrá nombre hasta llegar a los Estados Unidos, donde su estado de inmigrante terminará por arrancarle de la cara su nacionalidad, su identidad. Ella es una hondureña que emprende un viaje, como muchos latinos, para buscar mejores oportunidades.
Decir que en una historia donde hay Maras (también podrían ser paras, guerrillas, pandillas) hay muertes violentas, remordimientos, dolores, lágrimas y venganza no es una novedad. Ya la cara tatuada que promociona la película nos advierte algo de tristeza. Esos ojos. Esos ojos. No obstante, Sin nombre sorprende, es una cinta conmovedora, con una mirada seria que se aleja del morbo, no sin antes, recordarnos lo miserables que podemos llegar a ser.
Pero, ¿qué de nuevo tiene una película que habla de problemas sociales, de inmigrantes y de pobreza? A manera de respuesta, mucho. Y para todos aquellos que se oponen a esta clase de cine, puedo decirles, con atrevimiento, que probablemente cuando estos temas lleguen a su final, podría llegar una crisis para la corta historia del cine latinoamericano. Es como prohibirles a los alemanes que hablen de la Segunda Guerra Mundial o decirle a Estados Unidos que renuncie a la figura de héroe y lo tire de un séptimo piso.
No se trata de recoger diezmos por las entradas de cine. Pero, hay que verse Sin nombre, esta es una película para no perderse, aunque después se arrepienta y quiera culparnos de un mal rato, vaya, nos defenderemos cuando usted venga, agresivo u ofendido. Le abrazaremos, le consolaremos y lloraremos con usted, si llega triste.
Imagínese los platos mejicanos, sienta cómo le pican en la boca, el olor, la textura. Construya su propia historia, sueñe mientras el film se lo permita. Disfrute de Cary Fukunaga y agradézcaselo a Diego Luna y a Gael García, enciéndales una vela y acompáñelos con una oración.
Mire muy bien la sensibilidad del director y no se pierda en la trillada migración. Tenga la mirada pendiente en los ojos del protagonista, lo dejarán sorprendido y probablemente con una lágrima tatuada. No espere una moraleja, ni fantasías. Váyase preparado para encontrar pobreza, desazón. Esta historia no es Slumdog Millonaire, se lo advierto.
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