
Si por alguna razón (por principios políticos no ve películas oscarizadas; teme a que Titanic sea reducida a polvo en su personal espectro mítico sentimental o, lo que es casi lo mismo, no ve películas de James Cameron en las que no cante Celine Dion y Di Caprio no se muera; camino al cine se encontró con un perro perdido al que quiso ayudar y cuando se dio cuenta, llevándose la mano a la cabeza, dijo aturdido “¡Oh Dios, ya es demasiado tarde para ir al cine… rayos!”; si vive en China; si no soporta las extravagancias emocionales en tercera dimensión; no va a donde va vicente, ni hace lo que hace todo el mundo; le cayó algo encima, digamos que una matera, aunque pudo haber sido otra cosa, y pese a su esfuerzo, el de los médicos y su familia, no ha podido recuperarse; prefiere ignorar cómo gastar trescientos millones de dólares con impecable eficiencia; odia los personajes parapléjicos que se transforman; no ve películas que justo su vecino, el de los vallenatos a las dos de la mañana, dice que cambiarán la historia del cine; prefiere conservar el recuerdo de los pitufos originales; sospecha de las cosas, sobre todo las aparentemente vivas, que dan la impresión de poder tocarse; tenía algo más importante que hacer, ver dormir a la mujer que ama, por ejemplo; sufre de lentefobia; no tiene plata y nadie lo invita y de paso se da cuenta que su vida es un asco; las películas con mensaje lo ponen taciturno, y lo hacen hablar dormido) no pudo ver Avatar, alquile Pocahontas y fúmese un porro.
0 Response to "Instrucciones marginales: Avatar"
Publicar un comentario